Destejo tus piernas cruzadas, sin prisa.
Te abordo desde mis rodillas,
aprisionando tu cadera.
Dejo caer mis manos,
a la altura de tu cuello,
mientras mi pelo flota,
sofocándote la cara.
Introduzco este deseo en tu interior.
Templo, mido y reposo.
Me empotro de a poco.
De a poco…Para que el deseo aguijonee el ardor.
Mi pelvis gravita hasta hacerse de vos,
lo suficiente como para rozar la caldera
que inicia en mi sexo,
y termina en la tirantez del tuyo.
Separados por el algodón,
humedecido y carcelario
de éstos,
nuestros calzones puestos.