¿Me das un tiempo?

¿Me das un tiempo?

Nov 05, 2023

¿Me das un tiempo?

La historia de Alejandra y Alejandro

By Loretta in Love

Alejandro la citó en el café que quedaba a dos cuadras de su trabajo, no al que siempre iban en Punta Carretas para celebrar aniversarios, cumpleaños y esas cosas. A Alejandra le pareció extraño, pero, a fin de cuentas, no había nada para festejar ese día, así que ahuyentó a los fantasmas de su cabeza, se puso su remera rojo anaranjado (esa que le iba bomba para resaltar el castaño neutro de su cabello y su piel primavera), su Oxford negro (para ocultar sus pantorrillas demasiado delgadas y resaltar sus muslos en aumento) y sus plataformas símil cuero marrón claro. Llegó antes que él y se pidió un café.

Alejandro llegó apurado. Sus rulos morenos se veían más oscuros por efecto del agua… del agua que los recubría en esa tarde seca de sol resplandeciente.

La gabardina beige le daba protagonismo a su piel otoño claro y a sus ojos de ébano, esos ojos que para Alejandra habían sido su perdición desde que lo conoció en aquel cóctel empresarial.

—¿Me das un segundo? —Le dijo con ese brillo en la mirada que no se puede fingir. —No te vayas… por favor.

Como una estatua que respira, Alejandra se quedó clavada al piso y con la mirada fija en la dirección que había engullido a Alejandro entre la multitud que ahora se le antojaba un impedimento entre ella y él. Cuando lo vio emerger entre las caras ya desdibujadas de los presentes, Alejandro traía dos vasos en la mano. El líquido que las contenía era ámbar, por lo que podría haber sido whisky, pero tenía burbujas, por lo que no lo era.

—Me costó un soborno al mozo conseguirla. La tenían para celebrar ellos al final de la jornada. En estos eventos se considera hasta una ofensa servirla.

—¿Es cerveza? —Preguntó Alejandra entre maravillada y ya un poquito enamorada.

—Pero no solo eso. Tiene un toque… digamos… personal.

—¿No le habrás puesto una droga para dormirme? —Indagó haciendo a un lado su timidez natural.

—Te imagino de muchas formas, pero dormida solo después de haberte demostrado que en mi mundo es donde vas a querer quedarte. —La desnudó con la mirada, pero no arrancándole la ropa a jirones, sino deslizando el algodón, la seda y el encaje en modo símil caricia por su piel. —Probala y me contás.

El sabor amargo de la cerveza helada dejó en el paladar de Alejandra la frescura de la…

—¿Menta? ¿Es menta?

—Así es, señorita.

—¿Cómo se te ocurrió ponerle menta a la cerveza?

—Si te escapás de este lugar conmigo ahora, te lo cuento.

Alejandra sintió su pulso acelerarse y sus mejillas ruborizarse.

—No puedo. Es la fiesta anual de la empresa. Quieren que socialicemos con los clientes.

Alejandro sacó de su bolsillo una tarjeta y se la extendió.

 

Meyer & Asociados

Arquitectura creativa

—¿Meyer? ¿Los nuevos clientes?

—Alejandro Meyer. Un gusto conocerla, señorita…

—Alejandra Brum.

Se dieron la mano, se tomaron la cerveza con licor de menta y se fueron de ese lugar lleno de gente. No, no se acostaron como dos irracionales, sino que alimentaron esa irracionalidad con charlas de historia y de horóscopos, con filosofía aplicada a la cocina, a la ropa y al tiempo libre, con caricias y susurros que los llevaron al éxtasis intelectual y sensorial, y con miradas que solo pueden regalar quienes se consideran el uno para el otro.

Pasó un mes, sí, un mes, cuatro semanas, treinta días, antes de que hicieran el amor por primera vez. Y, por supuesto, lo hicieron con el énfasis y la energía incisiva de quien ha venido dilatando el glorioso momento de placer por más tiempo del que su cuerpo es capaz de resistir.

Alejandro y Alejandra se embarcaron en una relación de esas que tus amigas envidian en secreto y que los hombres no terminan de comprender a los amigos que forman parte de ellas. Eran prioridad el uno para el otro, eran compañeros, eran confidentes, eran compinches y eran amantes. No hacía falta pedir el apoyo ni la presencia del otro, porque ambos eran entregados antes de que cualquiera de ellos llegara a entender que los necesitaba.

Alejandro y Alejandra tenían mucho más que una relación y algo más que un vínculo: tenían una comunión.

Por algo se llamaban Alejandra y Alejandro, le decía siempre él. Ella era de Libra y él de Acuario, los signos que mejor encajan en la rueda zodiacal. Eran casi tan amantes del hedonismo como uno del otro. Y que les gustara el licor de menta en la cerveza y en el café no era casualidad. Nada en ellos era casualidad.

—Sí, dale —le respondió Alejandro cuando Alejandra levantó la mini ánfora de licor de menta que él le había regalado para que llevara a todas partes y le preguntó con la mirada si quería las gotitas del deleite en su café.

Dio el primer sorbo y Alejandra el tercero.

—Mirá, Ale, te pedí que vinieras acá para decirte que no estoy seguro de esto.

—¿Seguro de qué?

—De lo nuestro.

—¿De casarnos? No entiendo… fuiste vos quien me lo pidió durante meses… Por mí estaba bien si solo nos íbamos a vivir juntos.

—No, Ale, de casarnos no, de lo nuestro, de nuestra relación, de seguir juntos. A eso me refiero, ¿me entendés?

No, Alejandra no lo entendió. No entendió nada. Un año y medio de noviazgo maravilloso, de entrega mutua y de planes en los cuales muchas cosas se contemplaron, excepto una ruptura.

—Mirá, Ale, estoy pasando por un momento complicado. Se han estado dando muchos cambios en mi vida y necesito tomar distancia.

¿Muchos cambios? ¿Cuándo, dónde, por qué habían sucedido esos cambios? ¿Cambios de qué tipo? ¿Cómo era posible que ella, con la mirada puesta en él las veinticuatro hora, no los hubiera percibido?

—¿Me das un tiempo?

—¿Qué? —Preguntó Alejandra volviendo a la realidad, a una realidad que no entendía, a una realidad que ya no parecía tal.  

—Necesito un tiempo para pensar, Ale. No te preocupes, todo va a salir bien. Por algo nos llamamos Alejandra y Alejandro, ¿no? No es casualidad. Y somos los únicos dos locos en el mundo a quienes les gusta la cerveza y el café con licor de menta. Rechazamos el estoicismo y abrazamos el hedonismo, ¡en estos tiempos de estoicos empedernidos! Somos Libra y Acuario, ¿qué podría salir mal con la pareja más compatible del zodiaco? ¿Me das un tiempo?

Los argumentos que los habían acompañado durante un año y medio ahora eran vertidos sobre el café con menta. ¿Qué podría salir mal?

Alejandra le hubiera dado su vida entera, así que sí, aceptó darle un tiempo. Un mes fue lo pactado para que Alejandro tuviera tiempo de acomodar sus pensamientos y decidir qué hacía con su vida y con su relación con Alejandra.

Durante treinta días, lo mismo que tardaron en fusionar sus cuerpos desde el momento en el que fusionaron sus mentes, Alejandra comenzó una intensa cuenta regresiva. Puso un calendario en su heladera, al que todos los días le iba arrancando una página; puso su congelador casi al máximo para soportar la creciente cantidad de helados que cada semana ingresaban; puso muchos pañuelos a lavar y, principalmente, puso su vida en pausa.

Cada noche Alejandro danzaba en sus pensamientos y cada día el amor dolió hasta en el último rincón escondido del cuerpo de Alejandra. Ya no importaban los colores de su ropa, porque le daba igual resaltar su piel primavera si no tenía a su piel de otoño aguardándola al otro extremo del día; Ya no importaba descubrir una nueva forma hedonista para convertir cada día en una fiesta… ya no importaba nada, porque si él no estaba a su lado, nada tenía sentido. Pero faltaba poco para que esa pausa interminable y sin sentido llegara a su fin. Solo quedaban tres días para que Alejandro volviera a ella con su mirada intensa y con la promesa de un futuro en comunión y armonía.

El gran día había llegado. Volvieron a importar los colores, el hedonismo y el licor de menta. Alejandra se preparó desde la primera hora de la mañana para recibir a Alejandro nuevamente en su vida. Para ello se estrenó una remera coral intenso con escote pronunciado y tiras en el pecho; se compró un diario hedonista que iría completando junto a Alejandro a lo largo de treinta días para tener “una vida más relajada y con menos miedos”, según prometía su autora en la reseña, y recargó su mini ánfora con una nueva marca de licor de menta artesanal.

La mañana pasó, la tarde llegó a su fin y la noche comenzó a adentrarse en las peligrosas fauces del nuevo día, pero Alejandro no dio señales de vida. Él le había dicho que la llamaría en un mes, que no lo contactara en ese tiempo, pero ese tiempo ya había pasado y él no la había contactado a ella.

—¡Ah, Ale! ¿Cómo estás tanto tiempo? —Su voz sonaba adormilada.

—Bien, muy bien. Hoy teníamos que hablar, ¿te acordás?

—¿Hablar? ¿Hablar de qué, Ale?

Alejandro no se acordaba de que le había prometido a Alejandra que ese día hablarían, como tampoco se acordaba de que le había asegurado que nada podría salir mal para dos personas que compartían tantas cosas en la vida, y mucho menos había tenido en cuenta los sentimientos de Alejandra durante nada menos que treinta días.

Alejandro le volvió a pedir tiempo, esta vez una cantidad indefinida, y Alejandra volvió a poner su vida en pausa.

Un tiempo después, una cantidad indefinida, después de que a Alejandra hubiera sido transferida de sección en su trabajo, su compañera de Relaciones Públicas, el cargo que ella solía ocupar, vino a preguntarle si quería que la pasara a buscar esa noche.

—¿Cómo para qué? ¡Para ir al casamiento de Alejandro Meyer, el cliente más importante de la empresa!

Su compañera no supo el dolor punzante que la descarga de cortisol generó en Alejandra. Tampoco supo que Alejandra alguna vez había formado parte de los planes de casamiento de Alejandro, porque era nueva y en la empresa se encargaron de mantener esos asuntos al margen de la comidilla de chismes, por eso la habían transferido a Alejandra. Y no supo que Alejandra en ese momento sintió que la vida ya no valía la pena. Pero sí supo que no había sido invitada al casamiento y deseó que la Tierra se la tragara por la metida de pata.

¿Alguna vez fuiste Alejandra? Si es así, hay algunas cosas que tenés que saber…

·         Tu vida es tuya. Vivila a tu ritmo y encontrá tus propias fuentes de hedonismo. No la pongas en pausa por nadie, porque nadie que merezca la pena permitiría, ni mucho menos te pediría, que lo hagas.

·         No necesitás ninguna piel otoño aguardándote al otro extremo del día; vos misma sos todo lo que necesitás para que los colores, la menta y la filosofía tengan sentido.

·         Lo que fuimos no es evidencia de lo que seremos. Lo único constante es el cambio. Quien fue magnífico en el pasado, puede no serlo en el futuro; una relación ideal puede transformarse en un infierno y quien pasó desapercibido puede ser el gran amor de tu vida.

·         Nunca te compenetres tanto en el otro como para no tener la perspectiva suficiente que te permita ver su pelo mojado en una tarde seca de sol resplandeciente.

·         Quien te pide un tiempo no necesita pensar nada; solo está sacando a relucir su parte más egoísta y narcisista, porque, a pesar de que sabe que ya no quiere estar contigo, se niega a darte la libertad de que hagas tu vida. Lo que quiere es que estés ahí, esperándolo, si es que algún día no le cae bien que lo rechacen y, por esas cosas que tiene la soledad, decide volver a tu lado.

·         En conclusión: podés darle muchas cosas a quien amás, pero el tiempo no es una de ellas, porque quien te ama, jamás te pediría que le des algo que nunca vas a recuperar.  

¡Comenzá a cambiar tu vida hoy!

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