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El búho cornudo

El búho cornudo

Apr 30, 2024

Las apps de citas no me gustan:

Me sientan incómodas y se tornan muy hostiles para mi, desde sus diseños, sus colores, la invasión de sus notificaciones que te generan la urgencia de hablar con alguien con tal de no perderte al posible "amor de tu vida"...

Siento que desde la lógica en la que están construidas atentan muchísimo en contra de lo que yo considero tierno en las relaciones; sin embargo muchas veces he tenido curiosidad de descargarlas y obviamente como soy un mar de incongruencias, las he usado.

En una de esas muchas veces que hice un perfil (la primera para ser exacta) me quedé con un par de números de personas con las que seguí en contacto. Uno de ellos es alguien con quien hasta ahora he hablado y entablamos un vínculo muy bonito que incluye cosas que no había compartido antes; un vínculo completamente digital, asincrónico que ha crecido de manera intermitente con fotografías de aves, faros, perros, gatos, cielos, eclipses, con pláticas random, con conversaciones cortas y profundas, con chismecito de no monogamias.

Después de casi 4 años nos conocimos. Estoy muy tocada de mi corazón.

Gracias a M, aprendí un montón de cosas no sólo respecto a su existencia y eso sin nombre que nos une que se parece mucho a la amistad, sino sobre mis propias experiencias queriendo a la gente.


Hay vínculos que sólo existen


Es la primera vez que tejo una red que no tiene que ser presencial y que por su naturaleza, nunca fue pensada desde ahí: no tenía la intención de conocer a alguien en mi entorno cercano, porque no es algo para lo que tenga energía desde hace hace tiempo. La presencia física es una cosa bien titánica para mi en este mometo (y creo que en general) sobre todo después de pandemia: poder reconectar con las personas se siente como una actividad demandantísima; como si tuviéramos que compensar todo lo que no pudimos hacer en cuarentonta y a su vez, fingiendo que ésta nunca pasó.

Pero con M, nunca se atravesó eso. Sólo eran pláticas casuales, nos unía saber que no éramos monógamos y que queríamos conocer gente. Eso fue suficiente.

Yo, honestamente, al no ser un vínculo presencial, me sentí con más confianza de integrarle a mi vida. Sobre todo porque también soy persona de 7 días hábiles (es decir, tu mándame mensaje cuando quieras, pero yo contesto con delay de 3-7 días); entonces no saludarnos en cada conversación, retomarla en momentos aleatorios y saber que cuando pudiéramos estaba bien, me ayudó muchísimo a generar calma, no crear nada desde la ansiedad de contar los minutos que nos tardamos en contestar. Desde el inicio se siente como una sóla plática larguísima.

Creo que esa no presencialidad desde el inicio; poder hacerla optativa o no tener nunca la intención de hacer de este vínculo más que lo que era, me permitió experimentar esta relación desde otros lugares; poniéndole importancia lo que sí existía.

En uno de sus hobbies que es trackear las rutas migratorias de las aves, suele viajar por muchas partes del mundo. En algún momento le conté que los lugares que me gustaría conocer son faros alrededor del mundo y poco tiempo después me envió fotografías de faros.

Me contó que juegan D&D con sus amigos y cuando encuentro algo interesante al respecto, se lo envío. Yo adoro las plantas y de vez en cuando (cuando salgo de casa, aunque no es tan seguido) le envío fotos de las plantas y flores que encuentro en mi camino.

Quitar el físico, lo tangible, me permitió crear una relación que

no necesita más que saber que existe

para poder estar ahí.

En uno de sus viajes, me contó que vendría a México. Pensamos que sería lindo conocernos, pero la primera vez no había tiempo suficiente. Esta segunda vez, lo sólo hubo tiempo, sino que fue parte del plan.

Nos conocimos. Es una experiencia súper bonita, porque la comunicación digital no se modificó: no empezamos a hablar más ni más seguido ni en más cantidades, todo se quedó como estaba. Todo se sentía y se escuchaba como era; simple.

Cuando llegó a casa nos saludamos. Casual. No hubo grandes fiestas, ni globos de bienvenida, ni grandes expectativas, sino un saludo tranquilo, suave, como de quien cualquier día habita la misma casa, un abrazo corto. Un "Hola ¿cómo estás?" Una cena casual, yo aún trabajando y él sentándose en la sala.

Como cualquier miércoles.

Salimos dos días, le acompañé a hacer esa búsqueda de aves: ese era todo el propósito, vernos para ir a buscar aves.


Nos encontramos en cualquier lugar


Aprendí todo lo que en mis clases de biología, de educación ambiental y curiosidad no pudieron cubrir. Aprendo con cada foto a ver el mundo desde sus ojos y esa capacidad de asombro que me enterneció hasta la médula. Escuchar cómo me hablaba de los tonos de las plumas en cada ejemplar, la emoción cuando encontrábamos una nueva especie me pareció algo revelador, ser escucha activa y participante pasiva en el proceso de descubrimiento me permitió entender que no siempre tengo que intervenir ni tiene que ser sobre las personas para poder disfrutar la compañía. Y que un poco al final siempre se trató de eso, de acompañar, de incluirme en un plan que sin mi, también existiría.

Ahora cuando escucho a los pájaros en el árbol que está frente a mi ventana, no puedo evitar pensar en M, en su emoción.

El primer día, después de buscar y encontrar varias especies, fuimos a una tienda botánica (¿ya les dije que a mi me encaaaantan las plantas?) y me traje a casa unas suculentas. Creo que le tocó ver también esa yo: la yo que se le abren y le brillan los ojos con estantes llenos de plantas, la yo a la que las manos son muy chiquitas para poder sostener todo lo que quisiera tocar.

Casi todos los paseos fueron silenciosos, muy en mindfullness, creo ahora, muy en el momento presente.

El segundo día, después de nuestras largas caminatas, fuimos a comer.

Yo agradecí con todo mi corazón poder decir: "comamos algo"

Con el único propósito

de sentarnos a comer. Sin el peso que había tenido durante mucho tiempo conociendo personas de hacer de la comida algo más profundo, súper significativo, me alivió no sentir nunca el encuentro como una cita sino como una plática repleta de espacios sin palabras entre amix a los que les gusta mucho sólo estar. El alivio de podernos sentar a comer y disfrutar la comida, en silencio, con calma. Con risas porque los chilaquiles picaban como el infierno.

Pudiendo hacer eso que con otros vínculos más presenciales me ha costado tanto trabajo construir: El que las cosas sólo sean lo que son, no promesas, sin expectativas, sin dobles lenguajes ni triples intenciones, sin subconversaciones o acciones ambiguas. Solo estando.

Me asombra también la capacidad que pude edificar en mi de simplemente aceptar lo que sea que pasara entre los silencios, poder navegar con soltura la incertidumbre que en otros momentos me ha vuelto loca y que en ese aquí se sentía tan orgánica, tan parte de la dinámica misma.

Eso me hace preguntarme si la presencia es más bien el tema nuclear de mi apego; el que me causa más conflictos. Si uno de mis grandes problemas no tendrá que ver con que muy desde la tripa siempre estoy esperando que todo sea más; que en este -ver las potencias- me vicio en creer las potencias como un plan que debe escogerse para realizarse premeditadamente. Fluir pero sabiendo dónde y a qué hora.

Quiero, después de esta experiencia, poder construir la sensación del efecto de las aves en todos mis afectos; poder llevarme orgánicamente a un lugar de paz en el que todo sea posible sin que algo necesariamente deba pasar. Una forma de poder abrazar que estamos siendo, no que podemos ser. La calma y la certeza de saber que estamos y ya. Y que eso sea suficiente. Poder sentirme segura de la existencia del otro en el mundo, sin que yo necesite tocarle ni pedirle reafirmaciones de que está aquí.

Soltar el crear vínculos para algo, soltar el tener que darles una dirección, un sentido, un motivo. Permitirme disfrutarlos. Que existan, en su forma y medida, con sus horarios y aleatoriedad.

Pienso que tal vez a esto se refieren cuando hablan de la Agamia.

Quiero aprender que todos los vínculos tienen la potencia de estar sólo con ganas


De existir.



Ah, vimos un búho cornudo, pero no pudimos sacarle foto. Y qué bueno, así no sé cuándo lo vuelva a ver. Al búho, sí. Y a M.

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