Después de ser yo con mis dos gatos y un perrito, me fui a vivir con un novio que tenía otro perrito; mi bello Betancio con sus ojitos tiernos, me adoptó como su mami al instante. Con dos de cada especie en ese momento no parecíamos tantos en la casa.
Tiempo después llegó un bebote gigante, le llamamos Toncho, tuvo sus dificultades de salud al principio de las que salimos airosos; luego lo íbamos a dar en adopción, ¡pero yo qué iba a saber de eso! Total que se quedó, al pobre siempre lo bulleaban los chiquitos.
Y de pilón para regresar al número par, un día apareció una gatita parlanchina en la escalera de los departamentos, empecé a darle de comer, hasta que un día dije “la voy a meter a la casa, a ver qué pasa” y pos también se quedó. Se llama Micaela.
Así empecé, quedándome con todos los animales que aparecían en mi camino, es lo que me nace de forma natural, la neta: rescatarlos y enamorarme.
Alguien una vez me dijo que el amor no se divide, se multiplica. Y es verdad.
Lo que no se multiplica y sí se divide, es el dinero, el espacio y la paciencia, esos son recursos que se agotan y también hay que cuidarlos, para poder seguir dando amor con calidad.
Ojo ahí.